Por Julieta Luceri. Abogada Universidad Nacional de La Plata.-
Hoy
es Noelia. Hace unos meses fueron Melina, Nicole… Hace un año Ángeles… y antes
Sandra, Micaela, Bárbara, Susana, Marisol, Soledad, Otoño… y la lista sigue.
Interminable. De cualquier lugar del país, de todas las clases sociales. Los
femicidios se multiplican, se copian, se reproducen. A veces varían los
métodos, la saña. Con premeditación, con alevosía. Con violación. Con abuso. Criminis
causa. En concurso real. Con o sin denuncia previa. Todos con la misma
finalidad. Silenciarlas. Callarlas. Suprimirlas. Borrarlas. “No existís”, “Sos mía y si quiero te mato”
“Seguí jodiendo y vas a ver lo que te pasa, a vos y a tus hijos” “Nadie te va a
ayudar y nadie te va a escuchar, sos una puta”.
A
estas situaciones de violencia, y tantas otras más, se ven sometidas cientos de
mujeres y niñas diariamente. Pero no
alcanza con la muerte. Aún después de que su vida les es arrebatada, las
víctimas sufren el acoso y el juzgamiento social: “Y que querés, no estudiaba, no trabajaba, salía todos los días”. “Si
la perseguían dos tipos, seguro que en algo andaba…”. “Las chicas de ahora
salen con cualquiera, no se cuidan.” “Cómo se le ocurre irse del boliche con
esos flacos”. Como se le ocurre elegir. Como se le ocurre ser libre. Como se le ocurre decir NO.
El
femicidio, como expresión mas extrema de la violencia machista, los golpes, toda
la violencia físicamente ejercida, son la cara visible de la violencia de
género. Es el hecho objetivo, innegable e indiscutible. Pero previamente, y aún
a posteriori, hay miles de formas de violencia de las que son víctimas las
mujeres, y en las que tienen que ver en gran medida, los medios de comunicación
y las redes sociales. Los primeros, en cuanto a su rol como entes proveedores
de información y formadores de opinión, y los segundos, como medio masivo de
expresión de una comunidad, en un tiempo y un lugar dados.
Así,
nos encontramos ante estas “microviolencias” (y a veces no tan “micro”),
mediante las cuales se va tejiendo una red de contención, una especie de
complicidad y encubrimiento, a veces casi inconsciente, de este aberrante delito. El rol pretendido
para la mujer por la sociedad patriarcal se encuentra tan fuertemente arraigado
en el colectivo social, que estas microviolencias están naturalizadas. La
mayoría de las personas no las cuestiona, y es mas, se suma a ellas,
perpetrándolas.
Basta
recorrer las distintas publicaciones online sobre el caso de femicidio del día (lamentablemente), para saber de lo que estamos
hablando. No solo en cuanto a redacción o bajada de línea de algunos artículos
periodísticos, sino también, y específicamente, en los comentarios que los
usuarios hacen sobre los mismos.
Allí
puede verse la violencia de género en su mas “inocente” expresión. Una defensa clara y precisa del sistema
patriarcal socialmente impuesto, fiel reflejo de la idiosincrasia de la
sociedad en la que vivimos. Se justifica al agresor, mediante el
cuestionamiento de la mujer víctima. Así
las mujeres y niñas son discriminadas y estigmatizadas, una y otra vez, sólo
por el hecho de ser mujeres. No sólo son víctimas de femicidio, sino que luego,
(y acá si depende muchas veces de la condición social que tenían), son
cuestionadas por su estilo de vida, por sus actividades, juzgadas por sus
fotos, sus perfiles en las redes sociales, su trabajo, para finalmente, ser
responsabilizadas por su propia muerte y el acoso recibido, y desdibujando el
verdadero motivo de estos femicidios: su condición de mujeres.
De
esta manera, se corre de eje al culpable del hecho. Pocas veces se repudia o
cuestiona al femicida o al violento.
Y esto es lo que a mi parecer, debiera ser el
punto de partida para revertir la situación de alarma y emergencia que se vive
hoy en la Argentina con relación a la violencia contra las mujeres. Es preciso
poner el eje en analizar la problemática con un enfoque de perspectiva de
género. Sólo así, puede visibilizarse correctamente, y a partir de allí,
propender a un cambio de los roles desiguales y culturalmente impuestos, entre
hombres y mujeres.
Es
por ello que nuestro objetivo apunta a la resignificación de estos estándares,
para lo cual consideramos que la herramienta básica es la educación.
Debemos
comenzar por identificar el problema como tal, con plena consciencia de que si
bien nos enfrentamos a premisas y posturas machistas que se encuentran
naturalizadas de larga data, aún es posible el cambio, si tomamos plena
consciencia de que las mismas han sido culturalmente forjadas, y son por lo
tanto, pasibles de cambio y transformación.
He
aquí nuestra tarea, nuestro aporte. Desde la crítica, la deconstrucción, el
cuestionamiento incisivo y constante, nos proponemos derribar estas estructuras
desiguales, y contribuir a la conformación de nuevos roles desde un plano de igualdad.
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